06. März 2017 · Kommentare deaktiviert für „Así es la valla de Ceuta y Melilla“ · Kategorien: Marokko, Spanien · Tags: , ,

Las Provinicias | 05.03.2017

Las ciudades autónomas conviven con un alambre de espinos que no logra contener la desesperación de quienes se ven a un paso de alcanzar la meta

GUILLERMO ELEJABEITIA

Hace un par de días la Gendarmería marroquí informaba de que había logrado impedir la entrada de unos seiscientos inmigrantes irregulares a través de la valla de Ceuta. En las últimas semanas los intentos de alcanzar suelo europeo por la alambrada que rodea la ciudad autónoma se han convertido en una constante.

A mediados de febrero recibió en dos oleadas casi 900 personas. En 72 horas, una situación extraordinaria que amenaza con colapsar el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) donde reciben techo, comida y asistencia sanitaria. Las imágenes muestran a los recién llegados eufóricos, lanzando gritos de alegría por haber logrado su objetivo. Pero también semidesnudos, descalzos y ensangrentados por las heridas que les ha causado la valla que protege la última frontera de Europa.

En torno a esa doble alambrada con concertinas que se revela cada vez menos eficaz, se suceden historias que hablan de miedo, desesperación y humanidad. Lo que para algunos es la puerta de entrada a una vida mejor con la que llevan años soñando, para otros es un endeble muro de contención frente a una inmigración incontrolada que en Europa comienza a verse como una amenaza. ¿Puede este amasijo de alambres frenar el impulso vital de quien no tiene nada que perder excepto la vida? Hemos hablado con quienes viven a la sombra de la alambrada para descubrir qué se esconde detras de las cifras de inmigración, los balances de muertos y las declaraciones políticas.

Inder Jeet Singh. Inmigrante

«Intenté cruzar trece veces hasta que por fin lo conseguí»

Inder no está acostumbrado a darse por vencido. Nació en el norte de India hace 28 años, en una familia de agricultores sin más perspectivas de vida que arañarle a la tierra algo para comer. Siendo todavía un adolescente se puso en camino para «darle a mi familia un futuro mejor». Su meta era el Reino Unido. «Por el idioma y su pasado colonial, creí que allí sería más fácil encontrar mi sitio». Los escasos ingresos de su familia no eran suficientes para conseguir un visado, así que contactó con una agencia que le prometía billete y documentación a cambio de los ahorros de años de trabajo.

Salió de su casa el 4 de abril de 2002 y tomó un avión que le llevó hasta Burkina Faso. No era una escala. «Al llegar me quitaron el pasaporte, el dinero, la ropa, todo lo que tenía». Hambriento y desesperado, comenzó entonces un lento peregrinar a través de África Occidental que le llevó por Níger, Mali, Mauritania, Argelia y Marruecos. A lo largo de cinco largos años, sobrevivió con la escasa comida que le proporcionaban las mafias de la inmigración, a costa de seguir exprimiendo la maltrecha economía de su familia. «Me obligaban a llamar a casa para pedirles dinero». Hizo la mayor parte del trecho a pie, a veces en autobuses destartalados y, en el mejor de los casos, en coche. «Vi morir a mucha gente en el camino; de hambre, de sed o por las enfermedades».

Hasta que llegó por fin a las inmediaciones de Ceuta. Tenía Europa a tiro de piedra, pero atravesar sus puertas no iba a ser empresa fácil. «Hasta trece veces intenté cruzar la frontera. De diferentes maneras, hasta que lo conseguí». En un par de ocasiones se enfrentó a la alambrada de espinos que rodea la ciudad autónoma. Recuerda que «había mucha gente merodeando por allí, esperando el mejor momento para poder saltar». Lo intentaban en grupos de cinco o seis personas, a diferencia de las últimas incursiones, en las que han entrado en tromba cientos de personas. Pero los gendarmes marroquíes daban una y otra vez al traste con sus esperanzas.

En el decimotercer intento logró colarse por un paso fronterizo, escondido en el doble fondo de un maletero. Había conseguido pisar suelo español, pero se abrió entonces un paréntesis que le tuvo cinco años atrapado en Ceuta. Malvivía con otro centenar de inmigrantes en una colina de la ciudad, mientras participaba en acciones de protesta para pedir a las autoridades que les concedieran la documentación necesaria para seguir su camino. «Nuestro único delito fue entrar ilegalmente y llevábamos cinco años atrapados». Reunieron 10.000 firmas y les dejaron marchar. Él puso rumbo a Barcelona, donde ahora trabaja como cocinero mientras estudia para sacar el graduado escolar. «Mi objetivo es ser educador social y trabajar ayudando a la gente».

Germinal Castillo. Cruz Roja

«Es muy duro ver morir a alguien a dos metros de su sueño»

Hay tantas historias como pares de ojos que nos han mirado», dice Germinal Castillo, incapaz de encontrar una anécdota que resuma su trabajo durante veinte años como voluntario del Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencias (ERIE) de Cruz Roja en Ceuta. Junto a otros 500 voluntarios, se encarga de prestar la primera atención sanitaria a quienes, después de una odisea que ha podido durar meses o años, acaban de atravesar la valla que les separa de la tierra prometida.

Ha escuchado muchas veces la llamada de aviso que alerta de una entrada masiva en la frontera terrestre o del avistamiento de una endeble embarcación cargada de personas. Su labor consiste en proporcionar alimento y abrigo a los recién llegados, curar a los heridos y evacuar a quienes lo necesiten a los hospitales de la ciudad autónoma. «Llegan agotados por la travesía, llenos de contusiones o cortes producidos por la alambrada», explica Castillo. Sin embargo, al mismo tiempo, destaca la «sensación de euforia que les invade, el subidón de adrenalina que les produce pensar que se les acaba de abrir la puerta a una vida mejor».

Se ha emocionado al ver personas que besan la tierra que acaban de pisar por primera vez o las muestras de afecto que tienen con quienes les brindan ayuda. «Pero no nos confundamos; aunque en ese momento se muestren contentos, el suyo no ha sido un camino agradable», advierte.

Huye de las expresiones «asalto» o «ataque» a la valla, porque, a su juicio, «tienen una connotación bélica que no se corresponde con la realidad». Aunque no duda de que puedan mostrar una actitud violenta, es «fruto de la desesperación cuando están a pocos metros de lograr su objetivo». En esos momentos de tensión, también rompe una lanza por las fuerzas de seguridad. «He visto muchísimas veces a compañeros de la Guardia Civil jugarse el pellejo por salvar la vida de un inmigrante».

A pesar de los peligros que entraña, saltar la valla es una vía más segura que tratar de cruzar «ese gran cementerio» que es el Estrecho de Gibraltar a bordo de «embarcaciones literalmente de juguete, en las que se agolpan decenas de personas ateridas de frío».

A bordo de una de ellas viajaba el joven que mayor impacto ha causado en Germinal en veinte años de servicio público. Era la noche del 31 de agosto de 2016 cuando su equipo recibió el aviso de que una barcaza había volcado frente a la costa de Santa Catalina. «Las corrientes del estrecho son muy traicioneras». Consiguieron poner a salvo a todos los tripulantes, excepto a un chico de 20 años que pasó veinte minutos en el agua. «Cuando por fin le rescatamos, estuvimos más de una hora intentando reanimarle, pero se nos fue. Es muy duro ver a alguien tan joven perder la vida a dos metros de conseguir su sueño».

Omar Mohammed. Guardia Civil

«Tenemos las manos atadas frente a palos y piedras»

Vigilar las puertas de Europa no es una tarea grata. Omar Mohammed estaba de guardia la noche del 17 de febrero, cuando 497 inmigrantes sin papeles consiguieron franquear la frontera de Ceuta por la vaguada de Sidi Ibrahim. Lo que vivió le tiene preocupado. «Las últimas oleadas se caracterizan por estar bien organizadas y por la extrema violencia y agresividad que muestran hacia nosotros quienes intentan entrar», asegura. Se trata de «grupos de 30 o 40 personas, que se distribuyen por diferentes puntos del perímetro y vienen armados con palos, piedras, cuchillas, navajas, machetes, cizallas y hasta una especie de lanzas que fabrican con materiales de construcción con las que tratan de mantenernos alejados mientras rompen la alambrada», explica.

Más sencilla que la de Melilla, la valla de Ceuta solo consta de dos alambradas paralelas de seis metros de altura, la exterior de ellas equipada con concertinas espinosas. Entre ellas no hay ningún dispositivo de contención y resulta «relativamente fácil» atravesarla por una «masa violenta y organizada». Hasta ahora lo habitual eran los saltos con rudimentarias escaleras. «Ahora hay de todo; unos saltan mientras otros tratan de abrir un boquete en el cercado». Cuando los primeros consiguen entrar a suelo español «se avalanzan sobre nosotros con palos para neutralizarnos mientras el resto atraviesa la valla». Enfrente, apenas seis agentes de la Guardia Civil para vigilar ocho kilómetros de frontera. «Y hay días que estamos menos». Su margen de maniobra es escaso. «Estamos prácticamente a pelo, con el uniforme, el escudo, el casco y la porra, pero casi no podemos utilizarla», asegura.

Desde que, hace tres años, varias personas que intentaban alcanzar la playa de Tarajal fallecieran mientras agentes españoles trataban de dispersarles con pelotas de goma, los efectivos de vigilancia tienen prohibido el uso de material antidisturbios. «Eso nos mantiene atados de pies y manos, casi no podemos defendernos de las agresiones».

Si bien es cierto que, una vez se saben en territorio español, «su actitud cambia radicalmente» y pasan «de la agresividad a la euforia». La mayoría sale corriendo hacia el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, donde saben que recibirán ayuda. «Pero hasta entonces se viven momentos de mucha tensión», describe Omar. A su juicio, estos últimos días en la frontera «se masca la tragedia». Sabe que tanto si «la víctima cae del lado de las fuerzas policiales como si es uno de los inmigrantes, nosotros tendremos problemas». La Asociación Unificada de Guardias Civiles, a la que pertenece, lleva años reclamando «un protocolo de actuación claro; lo que no puede ser es que sigamos así de expuestos».

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