14. Februar 2017 · Kommentare deaktiviert für „Melilla, cuando la ciudad es la valla“ · Kategorien: Hintergrund, Marokko, Spanien

El País | 13.02.2017

Melilla es la primera ciudad de acogida española de ‚menas‘, menores extranjeros no acompañados

MAR TOHARIA

Acercarse a la valla fronteriza que, desde 1998, separa a Melilla del vecino Marruecos a lo largo de 12 kilómetros, permite comprender las implicaciones que su presencia tiene para la ciudad. Un muro que ha re-configurado el papel de Marruecos y de España en el escenario internacional y que, como consecuencia, ha cambiado también las formas de vida de parte de la población que habita en sus márgenes, condicionando el imaginario colectivo y las dinámicas urbanas.

La valla de Melilla con MarruecosMAR TOHARIA

La ciudad de Melilla, desde sus orígenes, ha crecido amurallada y de forma desordenada, ocupando espacios entre fuertes y cuarteles, ligada a la idea de defensa. Y en la actualidad, convertida en una de las puertas de la frontera sur de Europa, ha reforzado esta identidad.

Según Amnistía Internacional, España ha sido el principal receptor de ayudas de la UE para implantar medidas de seguridad en las fronteras, y se calcula que a comienzos de 2014 se habían invertido en la construcción de la valla hasta 33 millones de euros. De su mano, la ciudad entró a formar parte de la séptima frontera más desigual del mundo, según el Informe sobre Fronteras Más Desiguales del Mundo, donde la renta per cápita del estado español supera a la de Marruecos 15 veces. Por otro lado, si bien la Real Orden de 1868 había roto con el carácter mono étnico de Melilla, y permitía el establecimiento de cualquier persona en la ciudad, facilitando el asentamiento de españoles procedentes de la península y la llegada de habitantes de origen bereber del Rif. Ahora, la entrada no es fácil para la población africana.

Melilla se ha convertido en una isla entre continentes, y en una dificultad añadida para las personas inmigrantes que buscan llegar a Europa. Con un contorno delimitado por esta valla y por el mar mediterráneo, considerado actualmente como la frontera más mortífera, presenta un perímetro infranqueable que, sin duda, condiciona la construcción de identidades y las formas de vida en su interior. Tanto de aquellas personas que hacen referencia a oleadas de inmigrantes en la valla y un efecto llamada que, ante la compleja realidad migratoria, afianzan una histórica percepción de necesidad de defensa ante amenazas externas. De las que habitan una ciudad donde el nivel de paro alcanza el 34% de la población activa, con un fuerte componente joven, y en la que el 32% vive en situación de pobreza. Como de las personas, mayoritariamente de origen subsahariano, que arriesgan su vida al saltar la valla. Algunas de las cuales la pierden, otras son devueltas al otro lado de la frontera “en caliente”, algunas se ven obligados a pagar grandes cuantías de dinero para pasar a su familia, y aquellas que lo logran son trasladadas a un Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) colapsado y que ofrece unas condiciones de vida no exentas de graves carencias. O de los menores extranjeros no acompañados o menas, cuya realidad quizá es más desconocida a pesar de que su número ha crecido en los últimos años.

Son menores de edad (marroquíes y argelinos en su mayoría) que cruzan los pasos fronterizos solos, o bien porque sus familias han pagado su paso en la frontera, o porque se han introducido escondidos en algún automóvil o camión, o son hijos de trabajadores transfronterizos. Y para ellos, Melilla es la primera ciudad de acogida española.

En el panorama europeo, el fenómeno migratorio conocido como el de “menores no acompañados” aparece entre 1980 y 1990. Y, pese a que las migraciones de menores se venían produciendo desde hace siglos en la historia, no es hasta 1989 con la ratificación de la Convención sobre los Derechos del Niño cuando se desarrolla la construcción social de la infancia y se universalizan sus derechos. En Melilla esta inmigración, iniciada a mediados de los años noventa, se hace efectiva en los sistemas de protección desde el año 2000. Y actualmente, se cuentan más de 500 menores extranjeros no acompañados (menas) en la ciudad, repartidos en los diferentes centros de protección o sobreviviendo en la calle. Su tutela es ejercida por la Ciudad Autónoma a través de la Consejería de Bienestar Social, y mediante tres centros residenciales: Centro Asistencial, Divina Infantita, y el fuerte de La Purísima, que son supervisados por la Dirección General del Menor y la Familia. Este último es un antiguo cuartel militar situado a las afueras de la ciudad y cercano a la frontera con Marruecos. Tiene 160 plazas pero en la actualidad sobrepasa los 300 niños y muchos de ellos, escapan de allí para sobrevivir en la calle (se calcula que hay entre 50 y 80).

A su deseo de buscar un mejor futuro se une el maltrato y la falta de acogida que denuncian. De hecho, el 92 % de estos niños dice no querer permanecer en los centros por la violencia que reciben, un 75 % de los niños se refiere a una violencia directa ejercida por los educadores del centro y mencionan robos, amenazas, chantajes (como ser fichados como mayores de edad de manera que queden fuera del sistema de protección), o suministro de somníferos, etc. El objetivo de estos jóvenes es llegar a la península y así, a Europa.

Aquellos que escapan, cada noche se juntan en el puerto y practican lo que denominan risky, que consiste en trepar el muro del puerto para intentar esconderse como polizones en alguno de los barcos que viaja a la península. Un reto difícil y arriesgado. Sin embargo, a inicios de 2017, tan solo en un mes se detectaron casi 500 intentos de entrada irregular protagonizados, en su mayoría, por menores de edad que utilizaron para acceder a las embarcaciones métodos arriesgados para su propia vida: bajo los camiones que embarcan, a nado y por los cabos de amarre, entre la chatarra u otras mercancías, etc.

Un grupo de estos menas de origen marroquí describía así la ciudad: “Aquí en Melilla, no nos quieren. Es una ciudad poco amiga y racista”. “Aquí somos nada, sin trabajo, nada”. Algunos de ellos han intentado buscar un empleo pero no lo han logrado, y las ONG aseguran que algunos empresarios les piden entre 500 y 3.000 euros por hacerles un precontrato para conseguir obtener la residencia. “La península: un futuro mejor”, expresan como resumen de su objetivo diario. Sobre ellos pesa la amenaza, además, de que la mayor parte de ellos es abandonada a su suerte cuando cumplen la mayoría de edad. Y entienden la ciudad de Melilla como un lugar de paso que viven con la mirada puesta más allá del mar. De día, mendigan comida o dinero, y duermen en las escolleras del puerto, y de noche se dan cita para hacer risky.

Las ciudades son espacios en constante transformación, cuya forma y sus usos no son fruto del azar sino de decisiones y prioridades humanas concretas. Por eso, el ordenamiento urbano y el modo de vida de los habitantes de cada territorio están estrechamente interrelacionados, y su diálogo es constante.

La valla fronteriza de Melilla, y la política migratoria europea de la que forma parte, quedan lejos de ser inocuas para la población más desprotegida. Y cuando son miradas de cerca, se muestran claros los desafíos que suponen para un posible desarrollo sostenible de la ciudad, como son la garantía de derechos básicos y de protección de la infancia. Por eso, UNICEF, y numerosas entidades que trabajan por los derechos humanos en la ciudad de Melilla recuerdan que España, como signataria de la Convención de los Derechos del Niño, tiene un compromiso con la realización de los mismos, también en las fronteras. Y también la ONU ha instado a España a evitar las expulsiones irregulares de menores, a elaborar protocolos uniformes para determinar la edad y analizar de forma individual las circunstancias de cada caso, a velar por que el principio del interés superior del niño se tenga en cuenta en todas las decisiones relativas a los no acompañados. Y a recordar que son niños antes que extranjeros y, por tanto, deben ser protegidos y amparados.

Ineludibles retos de calado, sin duda, para esta ciudad frontera.

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