20. Juli 2014 · Kommentare deaktiviert für Ramadan der Flüchtlinge vor dem EU-Zaun Melilla · Kategorien: Marokko, Spanien

Ramadán en el monte Gurugú

Los inmigrantes que aguardan en la montaña para saltar la valla de Melilla cumplen el ayuno musulmán
Confían en que Alá, una vez cumplido el rito, sea misericordioso y les ayude a superar la triple verja para entrar en Europa

J. BLASCO DE AVELLANEDA | NADOR (MARRUECOS)

Cae la tarde en el monte Gurugú y las luces de Melilla se dibujan como un telón de fondo inalcanzable, un sueño que ilumina la línea de un horizonte cada día más difícil de superar. En la zona más alta del peñasco, conocida como ‚el tranquilo‘, se esconden los inmigrantes más jóvenes del África occidental. Este verano no está siendo muy caluroso y a mil metros de altura, cuando el sol comienza a perderse tras los árboles, la humedad de la cercana Mar Chica crea una sensación térmica por debajo de los 10 grados. Eso explica que todos vayan abrigados y que alguno tirite de frío.

Ya no se ven tantas tiendas de campaña como en invierno y apenas unos pocos enseres acompañan a los cientos que permanecen en los asentamientos a pesar de las constantes redadas de las Fuerzas Auxiliares marroquíes, que han acabado con gran parte de las chabolas y han dejado un rastro de heridos y deportados.

Unos están recostados, otros cocinan y la mayoría simplemente permanece sentado viendo pasar el tiempo. Están cansados y hambrientos. La mayoría son musulmanes y a la precariedad, la falta de descanso y de alimento habituales, hay que sumar las prohibiciones del mes sagrado del Ramadán.

Aunque el Corán deja claro que los enfermos, los que realizan duras actividades físicas e incluso aquellos que están de viaje o peregrinación no tienen por qué guardar ayuno total durante el día, lo cumplen para sentir que no pierden su fe ni sus tradiciones. También como muestra de sacrificio ante Alá para que sea misericordioso y les ayude a entrar en Melilla por la valla. Pero también, como dice el maliense Abú, escasea la comida y hacerlo tampoco supone gran esfuerzo. «Aunque no estuviéramos de Ramadán -explica- tampoco habríamos comido mucho durante el día. Está siendo un tiempo duro. Llevamos semanas en las que pasamos frío, pasamos la mayor parte del tiempo escondidos y la comida escasea mucho».

Hasta la cima del monte llegan los ecos de la ciudad traídos por el viento del mar. De repente, como un murmullo que se distingue del resto de sonidos, comienza a escucharse la llamada al rezo de la puesta de sol. Los cánticos resuenan desde los alminares de las cercanas ciudades de Beni Enzar y Farhana. Algunos ya llevan un buen rato arrodillados mirando hacia el Mediterráneo. Poco a poco se van acercando todos a las pequeñas zonas que a los lados del campamento se han habilitado para la oración. Los hay que prefieren romper el ayuno con algo de agua o de infusión para no estar pendientes del hambre durante el salat, el rezo. Decenas de jóvenes se apelotonan en torno a la única radio que funciona en todo el monte, un pequeño y viejo transistor a pilas que Mohamed, de Costa de Marfil, se encontró un día en un contenedor. Sólo funciona si se mantiene apretado y orientado hacia el este. Cuesta encontrar la emisora, pero al final lo consiguen. No tienen ni imán ni mezquita, ni falta que les hace, pero cada anochecer escuchan su propia llamada a la oración. Cierran los ojos, repiten las plegarias y, por un momento, la música sagrada que escupe el desvencijado aparato les transporta a sus casas, con sus familias, a punto de recostarse en la mtarba (sofá árabe) para tomarse la harira (sopa tradicional) con sus seres queridos.

Silencio o rezo

Poco a poco se juntan en corros alrededor de las fogatas y preparan patatas fritas, infusiones de ramas de acebuche, huevos revueltos o calderos de entrañas y casquería de pollo o cordero que han cogido de las basuras o mendigado en alguna carnicería.

Los platos son pequeños y no hay mucho, pero lo cierto es que lo comparten todo. Mastican despacio, sin prisa, como si ya estuvieran saciados. Apenas hablan. Los que no permanecen en silencio, no dejan de rezar mientras ingieren la comida. Han tenido su momento para reflexionar y ahora necesitan mentalizarse.

Lo van a intentar esta noche. Son conscientes de que al amanecer, cuando de nuevo comience el ayuno, es posible que alguno haya superado las vallas y esté en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. Pero, muchos estarán siendo deportados a Argelia, transportados a la fuerza a Rabat o ingresarán malheridos en el Hospital Provincial Hassani de Nador.

«El Señor está con nosotros», afirma Ibrahima, un guineano de 17 años. «El hombre -sigue- nos pone policías con bastones y cuchillas en el camino, pero Dios tiene poder para hacer desaparecer esos obstáculos y permitirnos superarlos».

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